sábado, 17 de julio de 2010

...Tiempo...


Hoy no puedo evitar pensar en el tiempo. En su transcurso lento y sigiloso que engaña nuestros sentidos y nos roba cada aliento celosamente. Y ésto me lleva a reflexionar sobre la duración de las cosas e inevitablemente en la vida y en el después. Oscar Wild dijo una vez; ''A veces podemos pasarnos años sin vivir en abosoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.'' O, aunque suene extraño también he de citar a John Lennon, ese hombre cuyas letras han tratado de concienciar a tantas personas.


''La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes''.


Curiosas afirmaciones que sin duda os harán pensar sobre el significado de cada uno de los segundos, los minutos, cada uno de los instantes mágicos que vivimos, pero no me entrometeré excesivamente en este tema, considero que es personal de cada uno.


Quizás sea confuso para algunos de mis lectores (presumiendo y anhelando que los haya) que haga reflexiones sobre temas tan abstractos y complicados como lo son los sueños y el tiempo, sobretodo sin hacer mención alguna a quien cuenta sus humildes opiniones. Para los que no me conozcan diré que tengo 19 años, lo que comporta que haya vivido aproximadamente 7037 días. Asombroso, ¿cierto? ¿Dónde se han metido tantos miles de días, qué he hecho yo con ellos? Casi me siento estafada por la vida. Y esto nos lleva al mundialmente conocido CARPE DIEM. He de confesar que no me siento particularmente identificada con él, y aun menos cuando observo la interpretación que se le da, como una justificación para realizar todo lo que uno desee. No obstante, ¿existen unos límites? ¿Dónde empieza y dónde acaba el carpe diem, hasta qué punto es válida esta filosofía de vida?


Después de esta breve introducción de un tema tan complejo en el que no me atrevo a profundizar os dejo un nuevo relato que hice, y al igual que en el anterior os contaré que había de cumplir los requisitos de que abarcase una única hoja y en este caso de que versase sobre una persona en un cementerio y un ramo de flores sobre una tumba.


Gracias a todos, un saludo.
Paula.


Nicole caminaba pesadamente a través del camino pedregoso que circundaba el cementerio de Village Town. El viento y la bruma no hacían más que resaltar el lúgubre aspecto de aquel paraje repleto de tumbas. El cielo gris parecía destellar desde lo alto como un reflejo perfecto del estado anímico de Nicole en aquellos instantes.


Sus pies se arrastraban reticentes a llegar a su destino, sus ojos oscuros centelleaban en cientos de luces tratando de contener inútilmente las lágrimas que se acumulaban en su rostro. La sensación de pérdida y la soledad que sentía eran tan intensas que su mente no podía concebir la sola idea de seguir su vida sin su amado compañero. Una pregunta se agolpaba en su cabeza desde que se hubo enterado de la terrible noticia. ¿Dónde estaba él ahora? ¿En el cielo, con ella... en ninguna parte?


Las flores violetas desprendían un agradable olor silvestre, Nicole las acunó en su pecho mientras cruzaba el cementerio y se desviaba al pequeño descampado en el que sabía que le encontraría. El pulso se le aceleró violentamente cuando sus ojos divisaron la pequeña tumba bajo la que descansaba. Sin pensarlo un solo instante se dejó caer de rodillas sobre el césped y comenzó a recortar la hierba salvaje que la bordeaba. El llanto afloró con violencia cuando vio la foto de Bill, mirándola con aquellos profundos ojos oscuros que tan bien conocía. Y se sintió vacía.


¿Cómo podría encontrar a nadie que pudiese reemplazarle? ¿Cómo podía ser tan breve la vida de alguien? La desesperación se adueñaba paulatinamente de la joven mientras las lágrimas caían por sus mejillas como pequeñas gotas de rocío. ¿A dónde iba a parar todo aquel amor, para qué servia entonces todo aquel cariño?


Con ternura acarició el diminuto marco de madera en el que reposaba la imagen. Con los dedos temblorosos dejó caer el ramo de violetas sobre la que ahora era su tumba y dejó que el dolor la invadiese de nuevo al saber que no volvería a verle. Nicole se levantó despacio, reticente a abandonar la mirada de aquellos ojos que la observaban desde la foto. El viento ululaba en sus oídos incitándola a despedirse.


-Adios Bill... te echaré de menos -dijo suspirando.


La joven lo miró por última vez, tratando de atrapar su imagen en un acto desesperado. Bill había sido el mejor compañero que nadie pudiese desear, el más grande amor del mundo. Sus puntiagudas orejas y su hocico peludo permanecerían por siempre en su memoria. Su querido perro Bill.

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